miércoles, 9 de marzo de 2016

Cena de Empresa. Merry fucking Christmas. Desenlace.

El resto es historia, pero ¡qué Historia! Abrir los ojos escuchando “¡dejaRle aire! Ya parece que reacciona…” , notar la boca como si no hubiera bebido nada en mi vida, y advertir que en el desmayo no he sido dueño de mi esfínter y he mojado el calzoncillo, aunque por suerte no torrencialmente…

Albotti se dirige hacia el tumulto, gracias a los hados, no se acerca mucho a mí y me dice:


-        Tranquilo, Erre, tú puedes, como dijo Bruce Springsteen Show must go on.

Increíble, sufro una apoplejía, un coma diabético, una crisis de ansiedad o un colapso de cualquier otro tipo y mi amigo Achab sin perder de vista el objetivo de que yo sea su títere.

Y pude, al final, pude, no sin antes pasarme de nuevo por el baño para esconder el boxer meado en el mismo sitio que Clemeza ocultó el revólver para Michael, lavarme la cara y disfrazarme con mi mejor sonrisa.


Cené poco, y bebí únicamente agua hasta que terminó mi espectáculo con proyector en el Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que bien merece una misa.

Nada que comentar sobre mi ayudante Mariví, quien profesional y diligentemente había memorizado el guión que le envié una semana antes; si no fuera por ella, los nervios y los residuos febriles me habrían impedido cumplir con mis obligaciones como mono de feria. De hecho, aguantó estoicamente las tres primeras frases en las que ninguna de las bromas que había escrito tuvieron el efecto esperado en el respetable, transcurrieron unos minutos eternos en los que el ambiente era de gelatina y el vértigo empezó a marcar otra vez mi número.

Pero de repente, una marejada sacudió a Albotti de proa a popa y vomitó una estruendosa carcajada fingida… miré a Mariví, proyector, Mariví, mesas, proyector, Albotti, proyector, Mariví… dos segundos y medio tardó el encanto (léase “cargo”)  de Albotti en hacer que todo el público, que LSD (aquí perfectamente podría significar “Lebreles Sin Dignidad”) en pleno, empezara a reírse y a intentar disfrutar de la actuación de las dos pobres marionetas que habían sembrado allí. Jamás he vuelto a agradecer tanto el servilismo, la lisonja colectiva y la ausencia de orgullo.

Ya de una forma más lúbrica transcurrió el resto de la presentación, y diluviaron copas y verdades con la nariz apoyada en la mejilla ajena “edles un tío puta madre, Jota!”; también los reproches sin poder enfocar la mirada “¿me parezco a ese maricón?  De todos los parecidos razonables ¿no había otro?”.

Cuando ya nadie aguantaba la americana puesta y casi todas las corbatas se habían caído, Albotti decidió que termináramos la fiesta (qué fantástica-fantástica es la) en una discoteca regentada por sus amigos y en la que juraría que había más de una Viridiana de gama (y tarifa) alta.



Me impresionó el contraste entre la consistencia de los hielos en los vasos que vaciaba nuestro Director Popeye y con la rapidez con la que se diluía su dignidad… Jugándome el tipo conseguí rescatarle de las fauces de un grupo de depredadoras de tarjetas VISA y le arrastré a la calle. Ya embutido en un taxi balbucea su dirección, no podría ser otra calle, si no la laureada como “Calle más difícil de pronunciar estando borracho” durante 3 años seguidos: Raimundo Fernández de Villaverde

Me despedí suplicándole al taxista “trátele bien, por favor, que es mi jefe”.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Cena de Empresa. Merry Fucking Christmas Vol. II

Y allá que voy, con el traje de las bodas, corbata rojo-navidad, cerca de la sobredosis de codeína y con 38º de fiebre hacia el Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que me va a encantar.



Una gripe de caballo no impedirá que cumpla mi deber como showman, como “tipo echado para adelante”, aunque lleve toda la mañana moqueando y maldiciendo la hora en que acepté este encargo ¿tenía alternativa?

Llego al hotel media hora antes de la cena, he quedado allí con los informáticos para comprobar que el proyector funciona y que tienen la presentación que he preparado para exponer con Mariví: una recopilación de fotos del personal de LSD y sus parecidos razonables en el mundo del celuloide del papel cuché o del porno extremo, bueno, de este último campo, no…. Por mucho que haya una sorprendente semejanza entre una compañera teleoperadora y Belladonna.

Los informáticos, por primera y supongo que última vez en el año están, trabajando duro instalando el proyector; y es que no se han atrevido a quitarle a Albotti la ilusión macerada durante las últimas semanas de presenciar un espectáculo con luces, color, sonido, Mariví justo antes de jubilarse y Erre agonizando.

Se nos echa la hora encima y decido colaborar por el bien del show, me quito la americana y, a pesar de la fiebre, ayudo con el cableado, otra mala decisión, una más; cuando estoy agachado luchando a brazo partido con una regleta y un enchufe (¡malandrines! ¡dos contra uno!), un moco translucido decide que no quiere pasar ni un segundo más en mi nariz y se precipita hacia mi corbata, estupendo.


Sigo agachando, vigilo alrededor, parece que nadie me mira, me dan por perdido en la batalla con la electricidad, así que fuerzo un poco más la postura para intentar secar la corbata con la moqueta del Salón Madrid del Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que me va a encantar. Por supuesto, me caigo.

Completo mi parte de la instalación eléctrica – conectar un enchufe a un alargador y éste a una regleta – y voy al baño antes de que empiece a llegar el personal de LSD ávidos de cena y copas.

La limpieza en seco no ha tenido el efecto deseado y ahora luzco una medalla acartonada justo en el centro de la corbata, la humedezco pero sólo consigo una sensación crujiente y que el cerco crezca; cuando voy a romper a llorar desconsoladamente (¿se puede llorar de otra forma?), aparece un camarero, se apiada de mí y se ofrece a prestarme su corbata: “Bueno, la mía es de clip, pero si quieres, te la dejo, yo tengo otra en la taquilla y ésta lo mismo te saca del apuro”, miro la chapa con el nombre que lleva en el pecho: “Gracias, Alonso, si algún día tengo un hijo, le llamaré como tú”.

Cuando salgo del excusado con la corbata de Alonso, el personal de LSD ya ha tomado al asalto el Salón Madrid del Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que me va a encantar . Los camareros también han empezado a circular por el salón llevando bandejas con cerveza, vinos y refrescos.

Una copa de tinto de un trago deseando que la combinación con el atracón de antigripales provoque una reacción que me haga pasar a mejor vida. Pero no, ni en eso voy a tener suerte hoy… Noto como la fiebre repunta un poco más si cabe y me mareo, pero no, parece que no me voy a morir.

Me abalanzo sobre una silla y me desabrocho el último botón de la camisa, cuando veo aproximarse a un señor que parece del ejército de camareros del Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas de la hostia. Desconozco el escalafón camareril pero sospecho que este señor juró bandera hace tiempo ya. Con los ojos inyectados en sangre y la mandíbula desencajada, me agarra por las solapas y me dice al oído: “¡coge una puta bandeja en la cocina y ponte a servir a la voz de ya!, llevamos dos horas esperándote, me van a oír en la ETT con el vago que me han manda….

Fundido en negro y mi cabeza a la moqueta del Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que, decididamente, me ha encantado.

martes, 29 de diciembre de 2015

Cena de Empresa - Merry Fucking Christmas Vol. I

Sí, de acuerdo, no fue la mejor idea.

Por mucho que pidiera la última copa “cortita, por favor”, tomársela dos horas antes de que el despertador me asaltara atrincherado en las sábanas, no ha sido precisamente una decisión inteligente.

Viernes, resacoso, arrastrando un déficit horario con la empresa de 2.30hrs y vistiendo mi propia interpretación de lo que Belleja ha definido en su último memorándum como “El Abuso de la Licencia Casual Friday en algunos Empleados de LSD”, es decir: vaqueros, zapatos con restos de serrín del último garito que visité anoche y camiseta de Iron Maiden (del tema The Trooper, más concretamente) escondida bajo el jersey más tupido que aún borracho he conseguido encontrar en el armario.




Paso los minutos que parecen siglos pidiendo a los dioses que el techo se derrumbe sobre mi cabeza, que suframos un ataque terrorista o que cualquier otra fatalidad  me fulmine de una forma más o menos dolorosa, pero inmediata.

Pero no, el azar se ceba conmigo; Aracne está más dicharachera que de costumbre, el aire acondicionado no funciona y todos los potenciales clientes con los que hablo han decidido explorar los límites de sus cuerdas vocales, mi resistencia al grito.

Enésimo eructo con sabor a copa (cortita, eso sí, maldita la hora), la lengua me lija los labios y sudo, sudo como un luchador de sumo en una sauna sueca.

Cuando rozo el colapso me quito el jersey poniéndome el Mundo y los memorándums de Belleja por montera; por fin Eddie respira y yo encuentro algo de alivio. No han pasado dos segundos y medio cuando recibo una llamada interna, seguro que algún compañero con ganas de regodearse en mi sufrimiento post etílico:

-        Dime…

Primero contesto y después miro la pantalla de la Unidad de Control de Intercomunicaciones, el teléfono interno, vaya. Si lo hubiera hecho al revés (primero leer la pantalla de la UCI y después contestar) habría leído “Sr. Albotti” y le habría obsequiado con mi celebérrima sonrisa telefónica al son de “¿Siiiii? ¿En qué puedo ayudarle, Señor Albotti?” en vez del moribundo “Dime” que seguro que me hará saltar al paro con la gracilidad de Greg Louganis.



-        Buenos días, Erre ¿Puede pasarse por mi despacho?
-        Sí, claro – intento tragar saliva, trago tierra -  por supuesto, sí, claro – perfecto, Erre, locuaz – dígame…
-        No, no, por teléfono no, venga a mi despacho.
-        Sí, claro, claro, sí – economía lingüística.

Por primera vez en quince horas tengo un destello de lucidez, y tapo a Eddie con el maldito jersey de lana de yak o de no sé qué tejido a prueba de temperaturas árticas.

El despacho de Pijotti es una reproducción exacta de la cabina del Capitán del Santísima Trinidad, huelga una descripción en detalle ya que creo que es la primera y última vez que pisaré este Olimpo tallado en teca.

Me sorprende no ver dentro a Belleja, Orestes y algún miembro del despacho de abogados Mc. Kayhall & Mc. Kayhall que suelen hacer las veces de artillería de apoyo en situaciones de despido.

-        Nosdías… ¿Me ha llamado?
-        Adelante, Erre, adelante, siéntese.
-        Sí, claro, claro – en mi línea de hoy, fluido.
-        No sé si sabrá que en breve es nuestra Cena de Navidad – ahora es cuando me dirá “pero para ese momento, usted ya estará en el paro” – que se celebra en el Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas, le va a encantar. Pues bien, me han comentado que es usted un tipo “echado para adelante”…
-        Si, bueno, no sé, claro, je, je…
-        Y he pensado que estaría bien que preparara usted algo divertido para la ocasión.
-        ¿Perdone?
-        Sí, hombre, algo ameno, así para relajar tensión después de mi discurso, después de los postres…
-        Claro, claro…
-        Si lo necesita, le decimos a los informáticos que monten un proyector
-        Claro, el proyector
-        Y hace usted una presentación divertida.

Y yo que creía que el día no podía empeorar, en estos momentos, empiezo a desear que la llamada hubiera venido acompañada de un finiquito improcedente.

Popeye sigue explicándome su maléfico plan:

-        No se preocupe que he pensado en alguien para que le eche una mano, lo hacemos – me encanta la forma en que los managers utilizan la primera persona del plural cuando quieren asignar tareas a los demás – así a cuatro manos, ya verá qué bien queda – mi luz al final del túnel es que una compañera veinteañera me acompañe luciendo escote el día de la gala de forma que ella atraiga todas las miradas.

Albotti teclea un número interno en la UCI sin descolgar y el altavoz manos libres escupe la voz de su secretaria:

-        Dígame, Sr. Albotti – Sí señor, así se descuelga el teléfono cuando te llama el Director General…
-        Almudena, bonita, dile a Mariví que venga a mi despacho, estoy aquí con Erre.

Supongo que todo la empresa menos yo conocían de mis habilidades artísticas, sabían que soy un tipo “echado para adelante” y que Mariví y yo vamos a hacer algo ameno con el proyector.

Mientras llega mi partenaire, el Capitán Cook sigue desgranando la bitácora del que será el mayor espectáculo audiovisual que haya visto el Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que me va a encantar.

-        Como le decía, nada más terminar el postre, yo suelo hablar a la Compañía, ustedes terminan de cenar, no se toman el postre – ¡castigados!  - y empiezan a preparar el proyector…
-        Claro, claro, disculpe, pero no conozco a Mariví ¿en qué departamento está?
-        En Contabilidad, todo el mundo aquí le tiene mucho aprecio, se jubila este año y he pensado que este será un broche de oro a su paso por LSD.

Efectivamente, tengo que desembarcar en Normandía sin maniobra de distracción, ataque frontal, un broche de oro a un viernes maravilloso.

jueves, 9 de octubre de 2014

Vendedor vocacional

Pues yo siempre tenido una fuerte vocación comercial, me encanta vender”, después de mirar alrededor buscando a Orestes, Belleja o a algún miembro del Departamento de Recursos Inhumanos a quién previsiblemente va dirigida esta afirmación, compruebo que lamentablemente, soy el único receptor de la frase.

Mi compañero, vomita lo que a él le parecen axiomas y a mí frases hechas con cabida únicamente en una entrevista laboral; me obliga a hacer un esfuerzo, una pirueta mental para justificarle: Muy bien, perfecto, ¿por qué no? Hay gente para todo, si el compañero tiene un alma fenicia, perfecto, asumirá con mejor humor las excentricidades de Albotti, el mísero sueldo y las salidas de tono de Concha.

Pero no para, sigue forzando la máquina:

-        Si te paras a pensarlo, somos pioneros, los primeros (y únicos) autorizados a la gestión inmobiliaria en Marte.

“Somos”, el Camarada Trajeado no trabaja en LSD, es LSD.

No sabría decir si en su fuerte vocación comercial me está intentando vender su felicidad dentro de La Compañía (así en mayúsculas) o si efectivamente el pinganillo le ha convertido en una persona realizada.

No, no puede ser, no miente, conmigo no necesita ese cinismo, nadie se arrastraría de esta forma gratuitamente; seguro que a él no se le viene el mundo encima cada vez que suena el despertador, no se cepilla los dientes mirando al lavabo porque le avergüenza comprobar en el espejo en qué se ha convertido comparándolo con lo que un día quiso ser. Apuesto a que el tipo saca pecho cada vez que le preguntan de qué trabaja “vendo parcelas en Marte, ¡Ahí es nada!”.

No cuenta hasta mil cada vez que Concha le ridiculiza en las reuniones semanales porque no ha alcanzado objetivos de venta; asume el castigo porque sabe que ella lo hace para sacar lo mejor de nosotros, para que todos demos el ciento diez por ciento y consigamos que LSD crezca.

No fuma, no fuma antes de entrar en la oficina aplazando el momento del fichaje, de encender el ordenador, loguearse y empezar a ametrallar a potenciales clientes; no fuma compartiendo sus siete minutos de descanso con todo tipo de esquizofrénicas porque esos siete minutos pueden aprovecharse en una llamada más, una posibilidad más de vender, de salir de la reunión semanal sin ser vapuleado.

Qué feliz es, joder, qué envidia… en su ignorancia, en su realización o en su autoventa de la realidad, ¿qué más da? El caso es que no se plantea qué habría sido de su vida si hubiera tomado otras elecciones, porque no había más opciones, esa es su vocación, su fuerte vocación comercial,  ni más ni menos.

Y duerme, el tío duerme a pierna suelta ¿por qué no iba a hacerlo? LSD no es para él un fracaso ni el premio de consolación del tipo “al menos tengo curro”, por la noche no se le atraganta la frustración, no rumia la sensación de que el día siguiente será exactamente igual que el anterior. Después de diez horas delante de un ordenador, tiene por delante otras tantas horas de sueño reparador sin pasar antes por un análisis de su vida en el que el resultado es siempre el mismo: esto no es lo que quiero, es temporal, tiene que ser temporal.

lunes, 11 de agosto de 2014

Némesis

Siete minutos para bajar cuatro pisos en ascensor, fumar un cigarro y volver a mi puesto.

Aunque el Convenio de Plantaciones de Algodón, establezca que tengo derecho a un descanso de veinte minutos que computará como tiempo de trabajo efectivo, el Sr. Albotti ha decidido que nos vienen mejor dos descansos de siete – ni seis, ni ocho -  minutos que no computan como tiempo de trabajo.

Tres horas y media aquí metido y empiezo a notar que mis modales descienden al mismo ritmo que aumenta mi necesidad de fumar; justo cuando cuelgo una llamada, el muñón liberador de Concha me señala indicándome que puedo tomarme mi descanso, gracias profe.

Ficho en la máquina de control horario que hay al lado de la puerta y vuelo hacia el ascensor, una vez dentro saludo a un grupo de gente que – obviamente – no me devuelven el saludo.

Ya en la calle, nada más encenderme el cigarro, aparece por la puerta una compañera de LSD con una taza humeante de vetetúasaberqué…

-        Hola, tú eres el nuevo, Jota, ¿no?
-        Erre, me llamo Erre.
-        Yo es que no fumo, prefiero una infusión de rooibos, me relaja mucho, ¿sabes? Antes fumaba, cuando estaba estudiando, pero lo dejé, tampoco como carne, es terrible como sufren los animalitos, Jota.
-        Erre. A mí me encanta la carne, fumo y no me gustan los bebés, ni los cachorri…
-        Pues sí, fumaba como un carretero, Ene.
-        Erre.
-        Fumaba muchísimo, pero es que fue una época muy complicada de mi vida – sollozo – mi padre me pegaba y tenía un novio que me maltrataba psicológicamente…
-        Vaya… me tengo que subir ya, ¿eh? Se me acaba el tiempo de descanso…
-        ¡Maltrato psicológico! Ene, como te lo digo.
-        Erre, me llamo Erre, de verdad.
-        Es que el maltrato psicológico puede ser peor que el físico, ¿sabes, Ene? – rompe a llorar…

Repaso mentalmente mis posibles afrentas a los dioses para que me castiguen con este torrente de moco y desgracia, y no, no encuentro ningún pecado que esté a la altura de la penitencia.



-        Era terrible,  me decía que estaba gorda…
-        Yo lo estoy, la coprofagia engorda una barbaridad.
-        Creo que fue por eso por lo que no aprobé las oposiciones, no confiaba en mí misma, Ele, y sin confianza no puedes cantar los temas en el oral – lágrima viva - ¡cómo pudieron hacerme eso! ¡mi propio padre y mi novio! ¡no me lo explico! ¡Decirme que estaba gorda!
-        Si sacrificas un mamífero una noche de luna nueva, adelgazas, te lo juro, yo intento hacerlo cada ciclo lunar… Me tengo que ir ¿eh? Se acaba mi descanso.
-        Lo que pasa es que comía carne, carne roja, muchísima, y por eso estaba un poco más hinchada, Jota, pero no estaba gordaaaaaaa….
-        Erre, me llamo Erre, joder, entre la cú y la ese, puede que  no sea un nombre maravilloso, pero es el mío… me parece una falta de respeto que me fusiles con tus miserias y no tengas la decencia de emplear diez segundos en retener cómo me llamo; supongo que será por un problema de bulimia mental propiciado por tu novio, tu padre o cualquier otro desgraciado que haya tenido la mala suerte de cruzarse en tu camino, pero sea cuál sea el motivo, te ilegitima para hacerme partícipe de tu  pasado traumático…

De una última calada termino la mitad del cigarro que me quedaba, lo tiro y vuelvo a entrar en el edificio, a mis espaldas oigo:

-        ¿Ya se ha acabado tu descanso? – juraría que, de repente, ha dejado de llorar pero no me voy a dar la vuelta para comprobarlo - ¿A qué hora tienes el próximo? ¡Nos vemos luego, Jota!


miércoles, 23 de julio de 2014

Nosotros, felices pocos

De: Belleja, P. (RR.HH)
Enviado el: Jueves, 17 de Julio de 2014
Para: LSD Spain All Users
CC: Albotti, A. (Director
Asunto: Hall Meeting

Estimados todos:

Mañana viernes, a las 11.00 hrs de la mañana, Dirección General convoca a toda la plantilla en la Hall para informar sobre la marcha de la Compañía.

Rogamos puntualidad.

Un saludo
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Pues nada, a las 10.55 hrs de la mañana, me pongo la americana, dejo los auriculares y voy al Hall de Last Space Dreams Inc para escuchar el informe sobre la marcha de la Compañía.

La congregación hace que esté pasando un calor de muerte, murmullos, sospechas sobre el motivo de la reunión – hay quién dice que tenemos un ERE a la vuelta de la esquina – y formados delante de la soldada están Orestes, Concepción y la Sra. Belleja. Por pinceladas que me ofrecen los compañeros empiezo a saber detalles del Director General de LSD, parece ser que un ancestro suyo era un miembro de la Casa de Alba que estuvo a punto de dilapidar la fortuna de la Familia, cayó en desgracia y le prohibieron usar el título nobiliario, pero se aferró con uñas y dientes a él, adoptando como apellido Albotti, no sé, quizá en el S.XIX sonaba exótico a la par que insigne, hoy en día, decididamente no es así.

Antes de la entrevista yo mismo pude averiguar (internet es un pozo de sabiduría) que LSD es el tercer proyecto empresarial de Albotti, que ya había quebrado otras dos empresas; alguna mente precalara de las altas esferas decidió que semejante trayectoria profesional tenía que ser premiada con la Dirección General de una gran Compañía como LSD; me niego a pensar que el único mérito de mi Director General es ser descendiente del primo calavera de la Casa de Alba.

Con puntualidad británica, a eso de las 11.20 hrs el Sr. Albotti hace su aparición: pañuelo anudado al cuello, blazer azul marino cruzado con botones dorados y náuticos sin calcetines. Es curioso que lo que más me llame la atención de él no sea vaya vestido como el Capitán Stubing en su día de asueto, sino la total falta de respeto que ha demostrado por el tiempo de sus empleados que tendrán que recuperar este tiempo más allá del horario habitual haciendo el mínimo de llamadas que se nos exige a diario.

Disimulo para sacar del bolsillo de la americana el móvil y grabar (al menos el audio) la conferencia que se promete entretenida. Después me doy cuenta de que mi discreción no era necesaria, estoy convencido de que el Sr. Albotti no nos ve, está hablando a una aglomeración gris, informe, al hombre masa de Ortega pero con 100 cabezas.

Horas más tarde, en casa, transcribo el discurso, y no sé si es porque mientras lo hago me he bebido cuatro cervezas, pero se me antoja cóctel lisérgico del tipo Tip con Pozuelón:

Buenos díassss - impresionante cómo engola las palabras y arrastra las eses.

Os he convocado aquí, junto con mi guardia pretoriana – ahí está señalando ni más ni menos que a la elite formada por Orestes, Concepción y Comosellameeja – en primer lugar para pediros un esfuerzo adicional, estamos en una época de crisis y LSD no es ajena a esta crisis, pero como dijo Nietzsche “Los diamantes surgen con la presión (¡Canasta! tiro desde la bombilla que ha entrado sin rozar el aro, juraría que la cita es de Patton, pero no soy ni director, ni pretoriano, ni el sobrino borracho de los Marqueses de Urquijo, así que no me atrevo a contradecir a un descendiente directo de los Albotti) y ahora es cuando tenemos que dar el do de pecho, lo mejor de nosotros mismos.

En lo que a cifras se refiere, este primer semestre hemos transado 25.000 propiedades en territorio marciano obteniendo un resultado de 225 Mio € - y mis compañeros que se deshacen en aplausos… la verdad es que encontrar 25.000 ilusos en el pajar de la base de datos de LSD es como para felicitarse a uno mismo – pero hay que seguir, como dicen los americanos “keep on pushing, you know?” .

Por mi parte, podéis contar con todo mi apoyo en este esfuerzo extra que os pido, ¿por qué? Porque estoy orgulloso de pertenecer a esta Compañía, la siento como propia – amigo, aunque no sea tu propia Compañía es la primera que no hundes en toda tu vida, tienes motivos de sobra para el orgullo – el otro día estaba comentando con unos amigos mientras veíamos el partido – sé de qué partido habla, el que nadie de la oficina pudo ver porque estábamos trabajando, sin tiempo para el circo, sin dinero para pan – que yo no opino como Woody Allen que no quiero pertenecer a ningún club que me tenga como socio (Woody, Groucho... como dicen los americanos "who cares, you know?").



Solo me queda agradecer vuestro esfuerzo porque entre todos estamos construyendo algo grande.

Y vuelvo a mi sitio, me quito la americana, pinganillo en ristre y empiezo a escupir llamadas envidiando la ingenuidad de los señores de Tal y Pascual, de la banda de hermanos del Call Center que terminarán la jornada sin la náusea que me acompañará el resto del día.

jueves, 17 de julio de 2014

Fashionista

Hay conceptos, axiomas estilísticos y pautas del mundo de la moda que nunca aspiraré a entender.

No hablo de misterios insondables como el que encierra la bota-sandalia (¿para qué sirve? ¿en qué época del año se debe usar? ¿por qué abrigar la pantorrilla y dejar al descubierto los dedos?); si no de algo aparentemente más sencillo: el traje masculino.



Hace al hombre estiloso, elegante, gallardo… o eso dicen, cuando uno tiene que luchar en una melé del metro de Madrid, el traje se convierte en un saco de esparto tejido con alambre de espino. Los dos – el traje y yo – volvemos a casa doce horas después sudados y manoseados, a años luz de los cánones occidentales de elegancia, estilo o gallardía y sin la posibilidad de un programa largo a 50º en la lavadora, higiene ante todo.

Jamás veré a un cliente de LSD en persona, o eso espero, pero se me exige buena presencia, o lo que Recursos Humanos entiende como buena presencia: zapato ejecutor, calcetines travestidos, traje, camisa y corbata.


Solo tengo un traje y está aburrido de verme arrastrarme para (intentar) acostarme con las camareras de las bodas, no soporta más sesiones de tintorería urgente, donde lo llevo uno de cada tres viernes y con un hilo de voz pregunto: “estará para mañana ¿verdad?”.  Este maltrato hace que mi único traje brille como una supernova, magnífica presencia, sí, pero me avergüenza; llevo dos meses con el mismo traje de lunes a viernes y necesito con urgencia comprarme otro.

Una nueva concesión, las tragaderas se ensanchan, me como mis palabras rebosantes de dignidad cuando me decía a mí mismo “¿Qué tengo que trabajar con traje? Pues así lo haré, trabajaré con EL traje, no voy a gastarme un céntimo en otro disfraz, ya tengo uno, si no les gusta, que me paguen más”.

Entro en ese paraíso del aire acondicionado llamado Corte Inglés, subo las escaleras hasta la planta “Moda Joven”, tengo que admitir que los iluminados de marketing de LSD son mucho mejores a la hora de poner nombres… ¿“Moda Joven”? ¿Una expresión sin una palabra en inglés? Me extraña que vendan algo, esto es un claro error de base.

Después de 45 segundos revisando etiquetas de precios, un vendedor se acerca y me pregunta:

-        ¿Puedo ayudarle?
-        Sí, muchas gracias, necesitaba un traje.
-        ¿De qué color? ¿Liso? ¿Con línea diplomática? ¿Dos o tres botones? ¿Me puede dar alguna indicación más? ¿Cómo lo necesita?– Quizá sea yo el susceptible, pero me está pareciendo notar cierta condescendencia.
-        Barato, lo necesito, barato.

El vendedor tendrá 25 años y dudo que duerma en sábanas de algodón egipcio o veraneé en un yate de 30 metros, pero por alguna razón que sólo él sabe, me mira por encima del hombro regalándome media sonrisa:

-        ¿Talla 48 o 50? – Con la suficiencia del que intuye que no sé la respuesta.
-        No sé ¿tú qué crees?
-        Vamos a probar con la 50…

Farfullando estestárebajadoysaleadoscientos me acompaña al probador con un traje azul marino colgado de una percha…

Me lo pruebo, abro la puerta del probador para alejarme del espejo y verlo mejor…

-        Ejem, el último botón de la americana no se abrocha – Joder, no es mi impresión, está  hablándome desde un pedestal, con una pedantería, que, que...

Bueno, voy a fingir que no me he enterado, pago y me voy y a otra cosa.

En la caja, saco la tarjeta de crédito, me pide el DNI, lo he perdido, por supuesto, así que voy por la vida esgrimiendo el pasaporte, cuando se lo entrego, el vendedor parece que ha visto un animal mitológico y tras recomponerse, empieza a pasar las páginas una a una. Sé que no lo voy a conseguir, sé que en una simple frase no voy a ser capaz de devolverle toda su soberbia pero tampoco puedo dejar de intentarlo:

-        Los datos y la fotografía están en la última página, hay que hacer turismo de vez en cuando fuera de Moda Joven.