miércoles, 3 de febrero de 2016

Cena de Empresa. Merry Fucking Christmas Vol. II

Y allá que voy, con el traje de las bodas, corbata rojo-navidad, cerca de la sobredosis de codeína y con 38º de fiebre hacia el Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que me va a encantar.



Una gripe de caballo no impedirá que cumpla mi deber como showman, como “tipo echado para adelante”, aunque lleve toda la mañana moqueando y maldiciendo la hora en que acepté este encargo ¿tenía alternativa?

Llego al hotel media hora antes de la cena, he quedado allí con los informáticos para comprobar que el proyector funciona y que tienen la presentación que he preparado para exponer con Mariví: una recopilación de fotos del personal de LSD y sus parecidos razonables en el mundo del celuloide del papel cuché o del porno extremo, bueno, de este último campo, no…. Por mucho que haya una sorprendente semejanza entre una compañera teleoperadora y Belladonna.

Los informáticos, por primera y supongo que última vez en el año están, trabajando duro instalando el proyector; y es que no se han atrevido a quitarle a Albotti la ilusión macerada durante las últimas semanas de presenciar un espectáculo con luces, color, sonido, Mariví justo antes de jubilarse y Erre agonizando.

Se nos echa la hora encima y decido colaborar por el bien del show, me quito la americana y, a pesar de la fiebre, ayudo con el cableado, otra mala decisión, una más; cuando estoy agachado luchando a brazo partido con una regleta y un enchufe (¡malandrines! ¡dos contra uno!), un moco translucido decide que no quiere pasar ni un segundo más en mi nariz y se precipita hacia mi corbata, estupendo.


Sigo agachando, vigilo alrededor, parece que nadie me mira, me dan por perdido en la batalla con la electricidad, así que fuerzo un poco más la postura para intentar secar la corbata con la moqueta del Salón Madrid del Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que me va a encantar. Por supuesto, me caigo.

Completo mi parte de la instalación eléctrica – conectar un enchufe a un alargador y éste a una regleta – y voy al baño antes de que empiece a llegar el personal de LSD ávidos de cena y copas.

La limpieza en seco no ha tenido el efecto deseado y ahora luzco una medalla acartonada justo en el centro de la corbata, la humedezco pero sólo consigo una sensación crujiente y que el cerco crezca; cuando voy a romper a llorar desconsoladamente (¿se puede llorar de otra forma?), aparece un camarero, se apiada de mí y se ofrece a prestarme su corbata: “Bueno, la mía es de clip, pero si quieres, te la dejo, yo tengo otra en la taquilla y ésta lo mismo te saca del apuro”, miro la chapa con el nombre que lleva en el pecho: “Gracias, Alonso, si algún día tengo un hijo, le llamaré como tú”.

Cuando salgo del excusado con la corbata de Alonso, el personal de LSD ya ha tomado al asalto el Salón Madrid del Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que me va a encantar . Los camareros también han empezado a circular por el salón llevando bandejas con cerveza, vinos y refrescos.

Una copa de tinto de un trago deseando que la combinación con el atracón de antigripales provoque una reacción que me haga pasar a mejor vida. Pero no, ni en eso voy a tener suerte hoy… Noto como la fiebre repunta un poco más si cabe y me mareo, pero no, parece que no me voy a morir.

Me abalanzo sobre una silla y me desabrocho el último botón de la camisa, cuando veo aproximarse a un señor que parece del ejército de camareros del Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas de la hostia. Desconozco el escalafón camareril pero sospecho que este señor juró bandera hace tiempo ya. Con los ojos inyectados en sangre y la mandíbula desencajada, me agarra por las solapas y me dice al oído: “¡coge una puta bandeja en la cocina y ponte a servir a la voz de ya!, llevamos dos horas esperándote, me van a oír en la ETT con el vago que me han manda….

Fundido en negro y mi cabeza a la moqueta del Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que, decididamente, me ha encantado.