jueves, 17 de julio de 2014

Fashionista

Hay conceptos, axiomas estilísticos y pautas del mundo de la moda que nunca aspiraré a entender.

No hablo de misterios insondables como el que encierra la bota-sandalia (¿para qué sirve? ¿en qué época del año se debe usar? ¿por qué abrigar la pantorrilla y dejar al descubierto los dedos?); si no de algo aparentemente más sencillo: el traje masculino.



Hace al hombre estiloso, elegante, gallardo… o eso dicen, cuando uno tiene que luchar en una melé del metro de Madrid, el traje se convierte en un saco de esparto tejido con alambre de espino. Los dos – el traje y yo – volvemos a casa doce horas después sudados y manoseados, a años luz de los cánones occidentales de elegancia, estilo o gallardía y sin la posibilidad de un programa largo a 50º en la lavadora, higiene ante todo.

Jamás veré a un cliente de LSD en persona, o eso espero, pero se me exige buena presencia, o lo que Recursos Humanos entiende como buena presencia: zapato ejecutor, calcetines travestidos, traje, camisa y corbata.


Solo tengo un traje y está aburrido de verme arrastrarme para (intentar) acostarme con las camareras de las bodas, no soporta más sesiones de tintorería urgente, donde lo llevo uno de cada tres viernes y con un hilo de voz pregunto: “estará para mañana ¿verdad?”.  Este maltrato hace que mi único traje brille como una supernova, magnífica presencia, sí, pero me avergüenza; llevo dos meses con el mismo traje de lunes a viernes y necesito con urgencia comprarme otro.

Una nueva concesión, las tragaderas se ensanchan, me como mis palabras rebosantes de dignidad cuando me decía a mí mismo “¿Qué tengo que trabajar con traje? Pues así lo haré, trabajaré con EL traje, no voy a gastarme un céntimo en otro disfraz, ya tengo uno, si no les gusta, que me paguen más”.

Entro en ese paraíso del aire acondicionado llamado Corte Inglés, subo las escaleras hasta la planta “Moda Joven”, tengo que admitir que los iluminados de marketing de LSD son mucho mejores a la hora de poner nombres… ¿“Moda Joven”? ¿Una expresión sin una palabra en inglés? Me extraña que vendan algo, esto es un claro error de base.

Después de 45 segundos revisando etiquetas de precios, un vendedor se acerca y me pregunta:

-        ¿Puedo ayudarle?
-        Sí, muchas gracias, necesitaba un traje.
-        ¿De qué color? ¿Liso? ¿Con línea diplomática? ¿Dos o tres botones? ¿Me puede dar alguna indicación más? ¿Cómo lo necesita?– Quizá sea yo el susceptible, pero me está pareciendo notar cierta condescendencia.
-        Barato, lo necesito, barato.

El vendedor tendrá 25 años y dudo que duerma en sábanas de algodón egipcio o veraneé en un yate de 30 metros, pero por alguna razón que sólo él sabe, me mira por encima del hombro regalándome media sonrisa:

-        ¿Talla 48 o 50? – Con la suficiencia del que intuye que no sé la respuesta.
-        No sé ¿tú qué crees?
-        Vamos a probar con la 50…

Farfullando estestárebajadoysaleadoscientos me acompaña al probador con un traje azul marino colgado de una percha…

Me lo pruebo, abro la puerta del probador para alejarme del espejo y verlo mejor…

-        Ejem, el último botón de la americana no se abrocha – Joder, no es mi impresión, está  hablándome desde un pedestal, con una pedantería, que, que...

Bueno, voy a fingir que no me he enterado, pago y me voy y a otra cosa.

En la caja, saco la tarjeta de crédito, me pide el DNI, lo he perdido, por supuesto, así que voy por la vida esgrimiendo el pasaporte, cuando se lo entrego, el vendedor parece que ha visto un animal mitológico y tras recomponerse, empieza a pasar las páginas una a una. Sé que no lo voy a conseguir, sé que en una simple frase no voy a ser capaz de devolverle toda su soberbia pero tampoco puedo dejar de intentarlo:

-        Los datos y la fotografía están en la última página, hay que hacer turismo de vez en cuando fuera de Moda Joven.




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