miércoles, 9 de marzo de 2016

Cena de Empresa. Merry fucking Christmas. Desenlace.

El resto es historia, pero ¡qué Historia! Abrir los ojos escuchando “¡dejaRle aire! Ya parece que reacciona…” , notar la boca como si no hubiera bebido nada en mi vida, y advertir que en el desmayo no he sido dueño de mi esfínter y he mojado el calzoncillo, aunque por suerte no torrencialmente…

Albotti se dirige hacia el tumulto, gracias a los hados, no se acerca mucho a mí y me dice:


-        Tranquilo, Erre, tú puedes, como dijo Bruce Springsteen Show must go on.

Increíble, sufro una apoplejía, un coma diabético, una crisis de ansiedad o un colapso de cualquier otro tipo y mi amigo Achab sin perder de vista el objetivo de que yo sea su títere.

Y pude, al final, pude, no sin antes pasarme de nuevo por el baño para esconder el boxer meado en el mismo sitio que Clemeza ocultó el revólver para Michael, lavarme la cara y disfrazarme con mi mejor sonrisa.


Cené poco, y bebí únicamente agua hasta que terminó mi espectáculo con proyector en el Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que bien merece una misa.

Nada que comentar sobre mi ayudante Mariví, quien profesional y diligentemente había memorizado el guión que le envié una semana antes; si no fuera por ella, los nervios y los residuos febriles me habrían impedido cumplir con mis obligaciones como mono de feria. De hecho, aguantó estoicamente las tres primeras frases en las que ninguna de las bromas que había escrito tuvieron el efecto esperado en el respetable, transcurrieron unos minutos eternos en los que el ambiente era de gelatina y el vértigo empezó a marcar otra vez mi número.

Pero de repente, una marejada sacudió a Albotti de proa a popa y vomitó una estruendosa carcajada fingida… miré a Mariví, proyector, Mariví, mesas, proyector, Albotti, proyector, Mariví… dos segundos y medio tardó el encanto (léase “cargo”)  de Albotti en hacer que todo el público, que LSD (aquí perfectamente podría significar “Lebreles Sin Dignidad”) en pleno, empezara a reírse y a intentar disfrutar de la actuación de las dos pobres marionetas que habían sembrado allí. Jamás he vuelto a agradecer tanto el servilismo, la lisonja colectiva y la ausencia de orgullo.

Ya de una forma más lúbrica transcurrió el resto de la presentación, y diluviaron copas y verdades con la nariz apoyada en la mejilla ajena “edles un tío puta madre, Jota!”; también los reproches sin poder enfocar la mirada “¿me parezco a ese maricón?  De todos los parecidos razonables ¿no había otro?”.

Cuando ya nadie aguantaba la americana puesta y casi todas las corbatas se habían caído, Albotti decidió que termináramos la fiesta (qué fantástica-fantástica es la) en una discoteca regentada por sus amigos y en la que juraría que había más de una Viridiana de gama (y tarifa) alta.



Me impresionó el contraste entre la consistencia de los hielos en los vasos que vaciaba nuestro Director Popeye y con la rapidez con la que se diluía su dignidad… Jugándome el tipo conseguí rescatarle de las fauces de un grupo de depredadoras de tarjetas VISA y le arrastré a la calle. Ya embutido en un taxi balbucea su dirección, no podría ser otra calle, si no la laureada como “Calle más difícil de pronunciar estando borracho” durante 3 años seguidos: Raimundo Fernández de Villaverde

Me despedí suplicándole al taxista “trátele bien, por favor, que es mi jefe”.

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