jueves, 9 de octubre de 2014

Vendedor vocacional

Pues yo siempre tenido una fuerte vocación comercial, me encanta vender”, después de mirar alrededor buscando a Orestes, Belleja o a algún miembro del Departamento de Recursos Inhumanos a quién previsiblemente va dirigida esta afirmación, compruebo que lamentablemente, soy el único receptor de la frase.

Mi compañero, vomita lo que a él le parecen axiomas y a mí frases hechas con cabida únicamente en una entrevista laboral; me obliga a hacer un esfuerzo, una pirueta mental para justificarle: Muy bien, perfecto, ¿por qué no? Hay gente para todo, si el compañero tiene un alma fenicia, perfecto, asumirá con mejor humor las excentricidades de Albotti, el mísero sueldo y las salidas de tono de Concha.

Pero no para, sigue forzando la máquina:

-        Si te paras a pensarlo, somos pioneros, los primeros (y únicos) autorizados a la gestión inmobiliaria en Marte.

“Somos”, el Camarada Trajeado no trabaja en LSD, es LSD.

No sabría decir si en su fuerte vocación comercial me está intentando vender su felicidad dentro de La Compañía (así en mayúsculas) o si efectivamente el pinganillo le ha convertido en una persona realizada.

No, no puede ser, no miente, conmigo no necesita ese cinismo, nadie se arrastraría de esta forma gratuitamente; seguro que a él no se le viene el mundo encima cada vez que suena el despertador, no se cepilla los dientes mirando al lavabo porque le avergüenza comprobar en el espejo en qué se ha convertido comparándolo con lo que un día quiso ser. Apuesto a que el tipo saca pecho cada vez que le preguntan de qué trabaja “vendo parcelas en Marte, ¡Ahí es nada!”.

No cuenta hasta mil cada vez que Concha le ridiculiza en las reuniones semanales porque no ha alcanzado objetivos de venta; asume el castigo porque sabe que ella lo hace para sacar lo mejor de nosotros, para que todos demos el ciento diez por ciento y consigamos que LSD crezca.

No fuma, no fuma antes de entrar en la oficina aplazando el momento del fichaje, de encender el ordenador, loguearse y empezar a ametrallar a potenciales clientes; no fuma compartiendo sus siete minutos de descanso con todo tipo de esquizofrénicas porque esos siete minutos pueden aprovecharse en una llamada más, una posibilidad más de vender, de salir de la reunión semanal sin ser vapuleado.

Qué feliz es, joder, qué envidia… en su ignorancia, en su realización o en su autoventa de la realidad, ¿qué más da? El caso es que no se plantea qué habría sido de su vida si hubiera tomado otras elecciones, porque no había más opciones, esa es su vocación, su fuerte vocación comercial,  ni más ni menos.

Y duerme, el tío duerme a pierna suelta ¿por qué no iba a hacerlo? LSD no es para él un fracaso ni el premio de consolación del tipo “al menos tengo curro”, por la noche no se le atraganta la frustración, no rumia la sensación de que el día siguiente será exactamente igual que el anterior. Después de diez horas delante de un ordenador, tiene por delante otras tantas horas de sueño reparador sin pasar antes por un análisis de su vida en el que el resultado es siempre el mismo: esto no es lo que quiero, es temporal, tiene que ser temporal.

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