martes, 29 de diciembre de 2015

Cena de Empresa - Merry Fucking Christmas Vol. I

Sí, de acuerdo, no fue la mejor idea.

Por mucho que pidiera la última copa “cortita, por favor”, tomársela dos horas antes de que el despertador me asaltara atrincherado en las sábanas, no ha sido precisamente una decisión inteligente.

Viernes, resacoso, arrastrando un déficit horario con la empresa de 2.30hrs y vistiendo mi propia interpretación de lo que Belleja ha definido en su último memorándum como “El Abuso de la Licencia Casual Friday en algunos Empleados de LSD”, es decir: vaqueros, zapatos con restos de serrín del último garito que visité anoche y camiseta de Iron Maiden (del tema The Trooper, más concretamente) escondida bajo el jersey más tupido que aún borracho he conseguido encontrar en el armario.




Paso los minutos que parecen siglos pidiendo a los dioses que el techo se derrumbe sobre mi cabeza, que suframos un ataque terrorista o que cualquier otra fatalidad  me fulmine de una forma más o menos dolorosa, pero inmediata.

Pero no, el azar se ceba conmigo; Aracne está más dicharachera que de costumbre, el aire acondicionado no funciona y todos los potenciales clientes con los que hablo han decidido explorar los límites de sus cuerdas vocales, mi resistencia al grito.

Enésimo eructo con sabor a copa (cortita, eso sí, maldita la hora), la lengua me lija los labios y sudo, sudo como un luchador de sumo en una sauna sueca.

Cuando rozo el colapso me quito el jersey poniéndome el Mundo y los memorándums de Belleja por montera; por fin Eddie respira y yo encuentro algo de alivio. No han pasado dos segundos y medio cuando recibo una llamada interna, seguro que algún compañero con ganas de regodearse en mi sufrimiento post etílico:

-        Dime…

Primero contesto y después miro la pantalla de la Unidad de Control de Intercomunicaciones, el teléfono interno, vaya. Si lo hubiera hecho al revés (primero leer la pantalla de la UCI y después contestar) habría leído “Sr. Albotti” y le habría obsequiado con mi celebérrima sonrisa telefónica al son de “¿Siiiii? ¿En qué puedo ayudarle, Señor Albotti?” en vez del moribundo “Dime” que seguro que me hará saltar al paro con la gracilidad de Greg Louganis.



-        Buenos días, Erre ¿Puede pasarse por mi despacho?
-        Sí, claro – intento tragar saliva, trago tierra -  por supuesto, sí, claro – perfecto, Erre, locuaz – dígame…
-        No, no, por teléfono no, venga a mi despacho.
-        Sí, claro, claro, sí – economía lingüística.

Por primera vez en quince horas tengo un destello de lucidez, y tapo a Eddie con el maldito jersey de lana de yak o de no sé qué tejido a prueba de temperaturas árticas.

El despacho de Pijotti es una reproducción exacta de la cabina del Capitán del Santísima Trinidad, huelga una descripción en detalle ya que creo que es la primera y última vez que pisaré este Olimpo tallado en teca.

Me sorprende no ver dentro a Belleja, Orestes y algún miembro del despacho de abogados Mc. Kayhall & Mc. Kayhall que suelen hacer las veces de artillería de apoyo en situaciones de despido.

-        Nosdías… ¿Me ha llamado?
-        Adelante, Erre, adelante, siéntese.
-        Sí, claro, claro – en mi línea de hoy, fluido.
-        No sé si sabrá que en breve es nuestra Cena de Navidad – ahora es cuando me dirá “pero para ese momento, usted ya estará en el paro” – que se celebra en el Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas, le va a encantar. Pues bien, me han comentado que es usted un tipo “echado para adelante”…
-        Si, bueno, no sé, claro, je, je…
-        Y he pensado que estaría bien que preparara usted algo divertido para la ocasión.
-        ¿Perdone?
-        Sí, hombre, algo ameno, así para relajar tensión después de mi discurso, después de los postres…
-        Claro, claro…
-        Si lo necesita, le decimos a los informáticos que monten un proyector
-        Claro, el proyector
-        Y hace usted una presentación divertida.

Y yo que creía que el día no podía empeorar, en estos momentos, empiezo a desear que la llamada hubiera venido acompañada de un finiquito improcedente.

Popeye sigue explicándome su maléfico plan:

-        No se preocupe que he pensado en alguien para que le eche una mano, lo hacemos – me encanta la forma en que los managers utilizan la primera persona del plural cuando quieren asignar tareas a los demás – así a cuatro manos, ya verá qué bien queda – mi luz al final del túnel es que una compañera veinteañera me acompañe luciendo escote el día de la gala de forma que ella atraiga todas las miradas.

Albotti teclea un número interno en la UCI sin descolgar y el altavoz manos libres escupe la voz de su secretaria:

-        Dígame, Sr. Albotti – Sí señor, así se descuelga el teléfono cuando te llama el Director General…
-        Almudena, bonita, dile a Mariví que venga a mi despacho, estoy aquí con Erre.

Supongo que todo la empresa menos yo conocían de mis habilidades artísticas, sabían que soy un tipo “echado para adelante” y que Mariví y yo vamos a hacer algo ameno con el proyector.

Mientras llega mi partenaire, el Capitán Cook sigue desgranando la bitácora del que será el mayor espectáculo audiovisual que haya visto el Hotel Pueblogrande, un cinco estrellas que me va a encantar.

-        Como le decía, nada más terminar el postre, yo suelo hablar a la Compañía, ustedes terminan de cenar, no se toman el postre – ¡castigados!  - y empiezan a preparar el proyector…
-        Claro, claro, disculpe, pero no conozco a Mariví ¿en qué departamento está?
-        En Contabilidad, todo el mundo aquí le tiene mucho aprecio, se jubila este año y he pensado que este será un broche de oro a su paso por LSD.

Efectivamente, tengo que desembarcar en Normandía sin maniobra de distracción, ataque frontal, un broche de oro a un viernes maravilloso.

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